sábado, 3 de marzo de 2012

Lagrimas transparentes...

Había una vez, en un lugar cercano, un río. Era un río muy ancho, que corría majestuoso y sereno, llevando por su cauce toda el agua de la región.


Y era además un río muy bueno, pues dejaba que todas las lavanderas lavaran su ropa en la orilla. Y dejaba también que los niños se bañaran en sus aguas. Y dejaba que los campesinos abrieran canales para regar sus campos. Y dejaba que las niñitas se miraban como en un espejo para peinar sus trenzas.


Era un río muy bueno. Pero no era un río como los que tú conoces. ¡No! Era un río muy diferente.


El agua que llevaba era ¡agua de color! Tenía agua azul, agua roja, blanca, lila, amarilla, verde, en fin, de todos los colores. Mirándolo parecía como si uno estuviera contemplando un hermoso arco iris.


Una tarde, una de esas tardes sombrías y largas, llegó una niña triste hasta la orilla del río y se sentó apenada.


- "¿Qué te sucede?"– le preguntó el río al verla tan pequeña y desamparada.


- "Tengo pena" - contestó la niña.


- "Si tienes pena, asómate a mi orilla, mírate en mis aguas de colores y así se te pasará tu tristeza."- le dijo el buen río.


Se inclinó la niña, asomándose a la orilla del río y vio una carita triste reflejada en el agua, pero también vio el reflejo del sol que estaba allá en lo alto, y vio que se estaba poniendo viejo, vio que algunos de sus rayos ya no eran dorados, eran grises, grises como el pelo de los bisabuelitos, y esto la hizo olvidarse de su propia pena.


- "Amigo sol,"- le dijo-. "¿Qué te sucede?"


- "Me estoy volviendo viejo. Mis rayos comienzan a ponerse grises. ¿Cómo podré entonces iluminar al mundo? ¿Cómo podré dar calor a los niños?"


Se imaginó la niña un mundo sin luz y a los niños tiritando de frío, y pensó que tenía que ayudar a su amigo sol.


- "No te aflijas, yo tengo la solución de tu problema,"- la respondió- "asómate a la orilla del río y mírate en su agua dorada."


Lo hizo así el sol y contempló su imagen y sus rayos brillantes y dorados, y sonrió satisfecho dándoles más luz a la tierra y más calor a los niños. Viéndolo feliz la niña le preguntó al río:


- "Amigo río, ¿puede el sol dejarse tu agua dorada para rejuvenecer?"


- "Si eso ayuda al sol, se la regalo..."- contestó el buen río.


Y le regaló su color dorado.


En ese momento una garza se posó junto a la niña; estaba preocupada y afligida.


- "¿Qué te sucede?" - le preguntó la niña.


- "Amiga mía,"- le dijo-, "no sé qué hacer."


- "Yo era blanca como la nieve, pero en el camino hacia estos lugares me ha caído hollín, me ha salpicado el barro y me he manchado. Por más que lavo mis plumas no he podido volver a recuperar mi blancura, ¿qué puedo hacer?"


Miró la niña y vio que en efecto la pobre garza estaba sucia, salpicada de barro y ella le dijo:


- "Asómate a la orilla del río y mírate en su agua blanca."


Se asomó la garza y vio su imagen en el río tan blanca como la nieve. Todas las manchas habían desaparecido. Batió la garza sus alas blancas y suspiró dichosa.


Viéndola feliz, la niña le pidió al buen río que le regalara su agua blanca, pues así ya no tendría manchas.


Y el río le regaló su color blanco.


El cielo, que estaba cubierto de nubes y muy abatido vio aquello y la llamó:


- "Niña amiga."- le dijo.


- "¿Qué te sucede amigo cielo?"- le preguntó la niña.


- "No sé qué hacer," - le contestó el cielo- "las lluvias me están destiñendo. ¿Recuerdas ese hermoso y profundo azul que yo tenía? Pues mírame, mírame ahora… ¡apenas si estoy celeste! Si sigo así voy a desaparecer por completo y los volantines no podrán volar por ningún cielo."


Lo miró la niña y vio que, en efecto, el cielo ya no tenía un azul intenso. Pensó que si seguía destiñéndose podría hasta llegar a desaparecer, y sin recordar su propia pena se compadeció de él.


- "Asómate a la orilla del río y mírate en su agua azul..." - le dijo.


Se miró el cielo en el agua y vio su imagen azul: de ese azul que parece perderse en las profundidades misteriosas del cielo. De ese azul que aman los pintores y cantan los poetas: 


"¡Qué bien me veo!" - pensó.


Adivinando su pensamiento, la niña le dijo:


- "Pidámosles al río que te regale se agua azul para que recobres tu belleza y tu profundidad."


Y el río le regaló su color azul.


Una copihuera crecía en las márgenes del río. Pero era una copihuera que no podía dar copihues.


- "¿Por qué no puedes dar flores?" - le preguntó la niña- "¿Qué te sucede?"


- "Niña amiga," - contestó pensativa la planta- "no puedo dar copihues porque se me ha olvidado cómo era el color de mis flores. ¿Qué puedo hacer?"


"Ahora sólo tengo hojas, y nadie se acerca a tomar un copihue para su amada; si tuviera uno te lo regalaría."- añadió.


Se acordó la niña de los enamorados tiernos y románticos, y de cómo tímidamente le daban una flor a su amada mientras miraban pasar las aguas del río, y se compadeció de la copihuera.


- "Asómate a la orilla del río y mírate en su agua roja."- le dijo.


Así lo hizo la copihuera y se vio, al mirarse en el agua, cubierta de grandes copihues, rojos como la sangre y perfumados. 


- "Cuántos copihues tengo, se alegró, y son tan grandes y lindos! ¿Quién querrá alguno?"


- "Son hermosos tus copihues en verdad,"- le dijo la niña- "así que le pediré al río que te de su agua roja para que tengas muchas, muchas flores."


Y el río le regaló su color rojo.


Uno a uno, la niña con pena y el buen río, fueron regalando los colores. El verde se lo regalaron a un árbol verde que no podía, en primavera, reverdecer. El negro a la negra noche. El gris a una nube tormentosa, el lila a un atardecer y el morado a una ciruela.


Pero entonces el río se acordó de la pena que la niña tenía y le preguntó:


- "Niña, no me has dicho aún, ¿por qué tú tienes pena?"


- "Yo tengo pena, río… porque tengo pena." - contestó la niña y se quedó callada.


- "Pobre mi niña triste..." - le dijo el río acariciándola con su espuma.


- "Tengo pena porque ya no soy una niña," – siguió diciendo la niña- "ya soy una persona grande… y claro que me gusta ser grande pero me da mucha pena, porque ya no puedo jugar con mis muñecas, y no puedo tirarle piedras a las gallinas, y no puedo subirme a las sillas ni saltar en las camas… y no es que eso lo eche mucho de menos…" - añadió suspirando.


- "Pero te da pena." - le indicó el río.


- "Me da pena hacerme grande, me da pena no ser más niña," - terminó diciendo la niña - "y no sé qué hacer."


Entonces el río le preguntó:


- "¿Por qué no lloras si es pena lo que sientes?"


- "¿Llorar?… llorar, ¿y para qué se llora?" - preguntó extrañada.


- "Se llora para aliviar las penas,"- le contestó el río - "se llora, se canta y se ríe para aliviar las penas, pero primero, primero se llora."


- "Entonces quisiera llorar un poquito pero ¿sabes, mi río?" - le confesó avergonzada- "No sé llorar, porque hasta ahora nunca he llorado. ¿Cómo se hace para llorar cuando uno tiene pena?" - preguntó la niña, que hasta entonces nunca había llorado de pena.


- "Nacen en tu corazón unas lágrimas y se asoman a tus ojos," - le enseñó el río - "esas, son lágrimas de pena."


- "Una lágrima de pena." - repitió para sí la niña - "¿Cómo serán las lágrimas de pena?"


El río oyó la pregunta y se compadeció de la niña:


- "Asómate a mi orilla y mírate en mis aguas de colores, para que tu lágrima tenga todos los colores del mundo y tú puedas alegrarte." - le dijo.


Tan triste se había puesto el río, tan suavemente pasaban sus aguas río abajo que se había olvidado por completo que ya no eran de color, que él y la niña los habían regalado todos.


Se inclinó la niña, asomándose a la orilla y una lágrima que había nacido en su corazón se asomó a los ojos y rodó despacio por la mejilla.


Era una lágrima grande, y era transparente como el agua del río que ya no tenía colores. Otras lágrimas transparentes y cristalinas mojaron la carita de la niña y fueron cayendo al agua.


El río miró las lágrimas y se dio cuenta de que no tenían color; entonces se acordó de que los había regalado todos y, aunque estaba feliz de haberlo hecho pensó que le hubiera gustado tenerlos en ese momento, para aliviar la pena de la niña.


Ahora el cielo adivinó lo que el río pensaba y se puso a llorar despacito y el sol iluminó con sus rayos las gotitas de lluvia del cielo, y un arco iris apareció en el que estaban todos los colores del mundo.


Todos los colores que antes habían tenido las aguas del río.


La niña miró el arco iris y en sus lágrimas se formó otro pequeñito, pequeñito como había sido la niña, se metió por sus ojos y deshizo con sus colores las penas y le alegró el corazón.


La niña miró el río y vio su imagen en el agua, sonriendo. En la mejilla, sin atreverse a salir del todo, había quedado una lágrima rezagada, tímida, pura y transparente.


Había una vez, en un lugar cercano, un río. Era un río muy ancho, que corría majestuosamente y sereno, llevando por su cauce toda el agua de la región.


Y era un río como los que tú conoces, sólo que sus aguas eran tan transparentes y puras como las lágrimas de los niños.



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