El ajo es tan conocido en el ámbito culinario como por su uso como repelente contra vampiros. Por supuesto que se trata de cuentos, películas y novelas literarias, pero la realidad es que en la antigüedad, el ajo se utilizaba para proteger a aquellas personas más vulnerables al mal de ojo: vírgenes, desposadas, recién nacidos, las comadronas asistían los partos con una buena provisión de ajos a mano.
Los griegos lo utilizaban para ahuyentar a las nereidas, ninfas celosas que aterrorizaban a las futuras esposas y mujeres encinta. Según Homero, el ajo silvestre fue lo que impidió que la hechicera Circe transformara en cerdo a Odiseo, y tan eficaz fue su poder, que por el contrario, Circe se enamoró de él, una prueba antigua de los poderes del ajo como afrodisíaco.
En la antigüedad, la medicina no estaba muy lejos de la cocina, el ajo era parte de la vida cotidiana, una especie de “curalotodo”. La cultura egipcia, que fue la primera en practicar la medicina tal como hoy la conocemos, describía en su farmacopea, numerosos tratamientos basados en el ajo, que fueron luego adaptados por Hipócrates, el padre de la medicina moderna.
Durante la Primera Guerra Mundial, el ajo era utilizado en las trincheras como antiséptico y antibiótico, incluso en la época se le daba el nombre de “penicilina rusa”.
En la era moderna, las aplicaciones medicinales del ajo han comenzado a recobrar valor.
Hoy, la medicina alternativa lo utiliza para aliviar los síntomas de la hipertensión, regular la circulación, evitar diversos problemas del corazón y estimular el correcto funcionamiento del hígado y de la vejiga.
También se considera que es uno de los alimentos más eficaces cuando se trata de desintoxicación, y su acción es tan poderosa que limpia el cuerpo de parásitos.
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