Hay personas que llegan a nuestra vida para hacernos vivir historias, enseñarnos cosas y una vez cumplida su misión, se van.
Y otras nuevas llegan, para escribir nuevas historias, para enseñarnos nuevas experiencias, para hacernos comprender que el amor nunca muere, simplemente cambia de matices e intensidades.
Es cierto que nunca se amará de la misma forma a dos personas, pero con la experiencia podemos amarlas mejor.
Es por eso que creo que si existe un amor que merezca todo el respeto y admiración, es aquél que llega después de otro gran amor.
Ese que llega después de una gran decepción y nos hace volver a creer que no todo es tan malo, que nos puede enseñar cosas de nosotros mismos y sobre una relación que no sabíamos con la otra persona, que nos puede hacer sonreír de nuevo y opacar el equipaje de aquel amor una vez correspondido, ese que nos ayuda a sentir bien otra vez desactivando las inseguridades que dejo el amor anterior, ese que nos enseña que se puede volver a amar después de una decepción, nos puede hacer vivir el amor de una forma única: sin prisa, con más confianza y entrega y menos cobardía.
Hay amores que llegan para sanar, aunque sea lentamente, los moretones de antiguos amores; que no les importa tu pasado, tus fracasos, ni lo que fuiste.
Amores que sin esperarlo rompen esquemas y derriban todas tus precauciones pasadas abriendo la posibilidad de hacerte sentir lo mismo o, incluso, algo mucho más fuerte, que llegan dando luz donde sólo había oscuridad.
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