Para los sanjuaneros, los ponceños no son más que «unos echones (presumidos), unos románticos desfasados, religiosos de viejo cuño, clasistas y tradicionalistas que viven en el pasado», mientras para los ponceños la cosa está muy clara: «Ponce es Ponce, y lo demás es parking (estacionamiento)», dicen con desdén cuando se les pregunta por los capitalinos, a quienes consideran «maleducados, arrogantes, materialistas y esclavos de las modas americanas».
Hacen bien los ponceños en amar su ciudad, pero la verdad es que se trata de un lugar provinciano, pausado y conservador, infinitamente más tranquilo que San Juan. Comenzó siendo un criadero de caballos y ganado para abastecer las necesidades de los conquistadores en sus campañas de América Central y del Sur, y no fue reconocida como ciudad hasta 1692 cuando recibió su actual nombre en honor del nieto del conquistador de la isla.
Aunque la superficie de la ciudad histórica de Ponce es superior a la de San Juan, sus calles carecen de la vitalidad y pujanza de la capital. La Plaza de las Delicias, en el corazón de las inevitables cuadrículas con que se planeaban los asentamientos en la época colonial, acoge la moderna catedral de Ntra. Señora de Guadalupe, construida ya en el siglo XX, y el Parque de Bombas, un extraño edificio de madera, pintado a rayas rojas y negras.
Los más de mil edificios del distrito histórico de Ponce constituyen un auténtico museo al aire libre de la arquitectura criolla del siglo XIX. Lo más representativo, sin embargo, es La Ceiba, un árbol gigantesco que ya era punto de referencia en el pasado. Más viejo que la propia ciudad, el árbol sigue incólume en la calle Comercio.
Al sur de la población, lo que era el antiguo embarcadero de La Guancha, punto de desembarco de todo el contrabando, es ahora un Paseo Marítimo con abundantes restaurantes en los que se puede comer y beber por la mitad de precio que en San Juan.
Partiendo de Ponce hacia poniente se llega en poco tiempo al pueblo de Guánica, una resguardada ensenada donde Juan Ponce de León puso por primera vez pie en tierra en su aventurada búsqueda de la Fuente de la Eterna Juventud. Pero empecemos por el principio.Cuando la nao Mariagalante, que comandaba Colón en su segundo viaje, echó ancla en la costa occidental de una pequeña isla que los indios llamaban Boriquén para aprovisionarse de agua, pocos podían imaginar que aquella hermosa tierra sería llamada un día la Perla del Caribe. Ponce de León, probó el agua fresca proveniente de las verdes montañas que se divisaban en el horizonte, aspiró el aire perfumado de la tarde, contempló la hermosa playa donde venían a morir las aguas de la ensenada, observó la abundancia de peces, y se prometió volver algún día.
Guánica ha cambiado muy poco desde que Ponce desembarcara allí. Todo es remoto y apacible en el bosque seco subtropical que abraza la ensenada, invitando a la exploración. ¡Buen lugar para el desembarco de aventureros, vive Dios! Unas cuadrículas de casas junto a la playa forman una pequeña población de pescadores que parece sestear todo el día bajo un sol de justicia.
En el extremo suroccidental de la isla, que marcan inequívocamente los arcillosos acantilados de Cabo Rojo y Punta Jagüey,
las largas playas de fuertes olas de Rincón, que atraen a surfistas de todo el mundo,
los extraordinarios fondos marinos de La Parguera o las empinadas plazas y calles de San Germán, la segunda ciudad de la isla, que debe su nombre a Germaine de Fox, segunda esposa del rey Fernando de Aragón.
San Germán, también conocida como la ciudad de las lomas, unas cuantas manzanas de su magnífico centro histórico han merecido la consideración de Patrimonio de la Humanidad. En su limitado acervo monumental destacan la iglesia Porta Coeli, construida originalmente como capilla del monasterio de los dominicos, cuyos muros aparecen derruidos a un costado del resplandeciente templo, y una serie de mansiones de ricos, como la Casa Morales, una excepcional vivienda victoriana, construida poco después de la invasión americana, y sin duda bajo su influencia.
A pesar de que a principios del siglo XVI se repartía, con Caparra, la capitalidad de la isla, tras el asalto de los indígenas y la muerte de Sotomayor, la importancia de San Germán remitió, no siendo hoy día más que una deliciosa población de montaña y un importante centro universitario que vale la pena visitar.
Fuente: ocholeguas.com
2 comentarios:
=( Estoy tan triste.... La Ceiba, LA HISTORICA CEIBA está muriendo... Será porque canalizaron el río y ahora no le llega la suficiente agua, sera que la encerraron y la marginaron de la gente y se llenó de tristeza o será que ya es su momento, como quiera me entristece. Pero ya adyacente a ella estan creciendo otras 2 ceibas más :) Ahora podemos ver el comienzo de ellas y de su historia... Que duren otros 500 años más!
Hermoso comentario! De igual forma me entristece que tan majestuoso árbol se vaya entre las sombras..
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