Había una vez, en un reino, un castillo y en ese castillo, vivían un Rey y su Reina. Cuando se casaron, habían hecho una fiesta que duró una semana entera, con sus días y sus noches, y el Rey, le había regalado un precioso anillo de bodas. El anillo era especial para la Reina, porque había sido hecho con los metales más preciosos.
Cierto día, la Reina salió de paseo y en un descuido, perdió su anillo. No lo supo hasta que regresó al castillo. Cuando notó su falta, su primera reacción fue: "No pude haberlo perdido. Debe estar en algún sitio. A las Reinas no le pasan estas cosas."
Y así pasó varios días buscándolo por todos lados. Pasada una semana, su incredulidad se tornó en ira. Estaba furiosa con ella misma, con los criados del castillo, con su marido, con su siempre fiel perro, con todo y con todos. Ella, que antes ni siquiera levantaba la voz, ahora iba por ahí enfurecida. El Rey comenzó a preocuparse. A la semana siguiente la Reina iba por el castillo proclamando a los cuatro vientos, que ojalá todo volviera a ser como antes, iba por los jardines soñando como construir una máquina del tiempo, para volver atrás.
Pero por más que intentó y encargó a todos los magos un artilugio para volver al pasado, nada pudo hacerse. Entonces, al comprobar que su pérdida era irreparable, cayó en una profunda depresión. Todos comenzaron a preocuparse al ver a la Reina enfermar así, cambiar su jovial y alegre semblante por la tristeza y melancolía.
En la época de los castillos no existía la palabra depresión, por lo que el Rey, cuando llamó a la consejero del Rey para pedir ayuda, explicó que su esposa parecía un fantasma en pena, que arrastraba sus pies al caminar, los brazos le colgaban junto al cuerpo cual muñeca de trapo, y parecía ser incluso de menor estatura, ya que deambulaba encobrada y con la cabeza hundida entre los hombros.
El consejero del Rey, le dijo que conocía la solución. Pero que dependía exclusivamente de la Reina. Le pidió que mandara un carruaje a buscarla y que viniera la Reina.
Fueron juntos a un lugar solitario de los jardines de palacio, junto a un estanque donde los sapos croaban alegremente y los cisnes nadaban distraídos. Allí, el consejero del Rey llamó a un sapo, le dijo algo al oído y la Reina abrió un poquito los ojos al tiempo que levantaba un poquito la cabeza. Creyó que el consejero del Rey había enviado al sapo a buscar su anillo. Esta idea le iluminó el rostro levemente. Al poco rato el sapo regresó con una hoja de loto entre sus patas, y una pluma de cisne en su boca. La Reina desilusionada volvió a hundir su cabeza.
Entonces, el consejero del Rey cogió la pluma y con gran amor, escribió sobre la hoja unas palabras. Dobló la hoja y la puso en la mano de la Reina.
Con mucho cariño, le tomó ambas manos con la hoja aún cerrada en ellas y le dijo: "Cuando leas y entiendas lo que dice en esta hoja te curarás. Quédate aquí, hasta comprenderlo."
Acto seguido, le dio un beso en la frente apartando levemente su corona y se fue caminando despacito hacia su casa.
La Reina abrió la hoja con intriga y leyó:
"El tiempo no vuelve atrás, haz hecho lo que podías y más, acepta la pérdida y te curarás."
La Reina aún estaba confundida, porque esa no era la solución que ella deseaba, pero deseaba volver a sentirse alegre y abierta como era antes.
Sus pensamientos negativos, derrotistas, pesimistas, la había convertido en casi una sombra de lo que era. No tenía nada que perder, así que respiró bien hondo, tiró sus hombros hacia atrás, irguió la cabeza, levantó el mentón, se puso de pie y miró al frente con decisión para decir:
"¡¡Lo acepto!!"
En ese momento, comenzó a ver como brillaba el sol, pudo contemplar otra vez la belleza de los jardines de palacio, las flores le parecieron mucho más bonitas que nunca y lo que es mejor, su mente se llenó de pensamientos positivos:
"Puedo comprarme un anillo nuevo, ese ya estaba rallado y gastado por los años."
"¡Puedo incluso festejar una nueva boda con esa excusa!"
"¡¡¡Y puedo irme otra vez de Luna de Miel con mi Amado Rey!!!"
La Reina, subió de un salto a su carruaje, y le indicó al cochero que la llevara a casa del consejero del Rey. Allí lo encontró, ayudando a otras personas. Esperó a que terminara y cuando el vino a su encuentro, l0 abrazó con dulzura y le dijo:
"¡Gracias! La Aceptación es mejor que aquello que perdí, porque me ha traído dos regalos nuevos, el Optimismo y los Pensamientos Positivos. ¡¡Te invito a mi nueva boda con mi viejo Rey!!"
1 comentario:
Hipermegaexpectacular!!!... Super lindo lo quiero leer una y otras vez!!!!
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