El hombre cansado de amar
a quien no le corresponde
decide ahogarse en el mar acrecentado por sus lágrimas
que desconocen la clave del olvido
sobre un amor que jamás fue compartido
y se lamentan en el anhelo
de querer ser amado en un pasado ya muerto.
En su infortunio una mujer
se escabulle en el osco recoveco de su lánguida alma
que padece de temor ante su llegada.
Sus ojos atónitos resaltan sobre su marchito rostro
y sus coléricos labios vociferan:
"Eres tú a quien siempre eh amado,
y por el hecho de decidir caminar
ciego a tu lado desconocí tu identidad.
Fuiste tan deseada por mis labios
que si besarte hubiese sido un castigo,
mil azotes hubiese recibido,
fuiste de mis lánguidas piernas
el recorrido más extenuante y a su vez de mayor satisfacción,
pero fuiste de mi mente una interrogación
que me carcomía en las noches oscas,
penetradas por tu perturbadora y silenciosa mirada,
que dilataban aquella duda
¿realmente tu imagen de perfecta venus era captada por los transeúntes,
o solo era mi imaginación que en los desvelos te creo
a partir de mi desesperación y el anhelo de asesinar los pensamientos,
que acrecentaron la fealdad por sobre el sentimentalismo en mi interior?
Y la respuesta al verte querida mía
conlleva a otra pregunta de mis tantos desvaríos
¿quién bajo el dominio de su sensatez
podría creer que mi primera mujer fuese la soledad?"
Escrito por: Maximiliano Braslavsky
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