En el parque Santa Catalina se echa de menos al gallo 'Pancho' y su familia, desterrado tras la publicación de su foto paseando por el recinto. Las aves, propiedad de los empresarios del bar Fataga, que era donde tenían su 'sede central', se habían convertido en los personajes más buscados del lugar. Los habituales piden su indulto, a ser posible antes de Navidad.
Pocas veces un par de kilos de gallo vivo soliviantó tanto a la plaza. Tras la publicación en este periódico de la foto de Pancho a cresta libre por el parque Santa Catalina la autoridad mandó desterrar al individuo, a su compañera Fefa y todo pollo, si lo hubiere, fruto de esta relación gallina con domicilio estable en la huerta-parterre del bar Fataga, regentado por Santiago Molina y Ana Santana.
En Santa Catalina y su entorno la parroquia quedó mustia, noqueada por el arrebato. Al grupo Pancho, cuyo cabeza de familia permanece recluido bajo llave en Control de Plagas, se le asignan virtudes casi sobrenaturales no detectables para el foráneo. Así, a un caballero con ventana al recinto se le estamparon en su memoria olvidadas postales infantiles. A otro, el cacareo le confortaba la mollera, saturada de atasco y pitas. Una más recordó por dónde viene el huevo. Un cuarto reportó que desde que el gallino llegó se marcharon las cucas (insectos, principalmente, dado que las de regar siguen bastante sueltas). Y así sucesivamente.
Pero quienes peor lo llevan, y de largo, son Ana y Santiago. La aciaga mañana en la que llegaron los operarios con redes para gallinazos se montó la carajera. A pesar del nombre, Pancho entró en pavor. El gallino absolutamente desalado hizo unos largos y requiebros. Los de la red, al revés. El vecindario abandonó dominó y cafenes para abuchear el insólito trasmallo de gallo: "Abusadores", increparon.
Santiago, que había disfrutado seis meses de cría, desarrollo y posterior etapa reproductora del individuo -para la que demostró eyaculantes dotes con periodicidad diaria- se duele de no habérsele informado del safari, dado que él mismo hubiera facilitado el trance. Hasta Fefa, que "escapó porque es mujer", apunta Ana, y que se encuentra en un punto no revelado por cuestiones de seguridad, "entró en estado de choque".
Nadie les advirtió de una molestia, nunca hubo preaviso municipal e incluso la guardia urbana le echaba un ojo para guardarlo de un hipotético caldero o el puntúo de un gamberro. Y familias fueron por el Fataga a imaginar remotas corralas de isla adentro. "Fíjese que el gallo debe haber dado una vuelta al mundo: los cruceros paraban a sacarle fotos. Era la alegría de isleños y turistas. Un pizco de campo entre el cemento que no hacía mal a nadie..."
Santiago, ajeno ayer a que el rey del gallinero se lo está pasando pipa pisando gallinas nuevas, está convencido de que el macho se arriesga a un infarto por destierro (el yuyu le dará a Fefa cuando sepa lo del harén) y reclamará, en cuanto recupere el resuello, la propiedad y su indulto antes de las navidades "para volver a alegrar un lugar que no tiene ni un belén".
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