martes, 27 de mayo de 2008

Amores de charcuteria

Los supermercados, no sé si ustedes lo han notado, se han convertido en verdaderos despachos de amor, lugares de cariño desmedido donde usted con la cestita en la mano y ella con el gorro de manipuladora de alimentos se intercambian mensajes de pasión desorbitada, apenas sin conocerse, como en la casa de Gran Hermano.


El super es ahora el lugar donde la autoestima crece, donde nos dicen aquello que queríamos oír. Pequeños centros de placer entre mortadelas y chorizos.


«Hola, mi amor», le dice la del puesto de embutidos, «¿qué deseas?». Y tú, descolocado, señalas, «200 gramos de jamón cocido». «¿Lo quieres finito, mi cielo?» y tú respondes con un simple «sí» mientras ella comienza a rebanar el trozo de cochino que acaba de sacar de una lata. «¿Te gusta así, cariño?». Ahí ya empieza uno a sentirse reconfortado y se lanza. «Sí, mi terroncito de azúcar, y si no te importa me pones cien gramos más, angelito lindo, que siempre me quedo corto».


Entonces ella, siempre más cariñosa, le dice «¿quesito vas a llevar, tesoro?» y tú piensas, «joer, está la cosa como para dejarse el queso atrás» y le dices, «pon tres o cuatro kilos, mi reina de las charcuteras, que me tienes hecho un super ratón», a todo grito porque los embutidos nunca se cortan en la máquina que está delante del cliente, sino tres más allá y el mostrador se convierte en un intercambio de gritos de cada cual con su charcutera, lo cual le quita privacidad al encuentro ya que los siguientes están al tanto de la conversación y esperando que le larguen ya el jodido queso en lonchas para que ahueque y convertirse en protagonistas de los amores de la charcutera.
Pero a usted plin, porque como se marcha, ya no oye al resto, dejando la autoestima a salvo y pensando en devorar los cantimpalos para volver mañana a por más amor charcutero.


La situación se da de bofetones con lo que le espera en la caja. Allí no hay amor ni nada. La cajera nunca sonríe porque tiene una cola de gente con los carros llenos, que maldita la gracia. Pasa sus productos rápido y le dice «son 65 euros» mientras espera pasiva el dinero requerido al mismo tiempo que usted llena las bolsas . Además, si paga, pronto le caerán junto a sus bolsas las natillas del que venía detrás mientras toda la fila lo mira como un torpe que ni siquiera llena rápido las bolsas.


¡Qué desamor, éste de las cajeras!


Así que, si al llegar a su casa ve en la nevera kilo y medio de jamón, mire a los ojos de su costilla y háblele.


Probablemente esté falta de autoestima.

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