Cuentan que un rey muy rico, tenía la fama de ser indiferente a las riquezas materiales y era un hombre de profunda religiosidad, cosa un tanto inusual para un personaje de su categoría.
Ante esta situación y movido por la curiosidad, un súbdito quiso averiguar el secreto del soberano para no dejarse deslumbrar por el oro, las joyas y los lujos excesivos que caracterizaban a la nobleza de su tiempo.
Inmediatamente después de los saludos, reverencias y cortesía que se exigen en una corte de un rey, el hombre preguntó: "Majestad, ¿cuál es su secreto para cultivar la vida espiritual en medio de tanta riqueza?"
El rey le dijo: "Te lo revelaré, si recorres mi palacio para comprender la magnitud de mi riqueza. Pero lleva una vela encendida. Si se te apagara la llama, te decapitaré".
Al término del paseo, el rey le preguntó: "¿Qué piensas de mis riquezas?"
El súbdito le respondió: "No pude ver nada. Sólo me preocupé de que la llama de la vela no se apagara".
El rey le dijo: "Ese es mi secreto. Estoy tan ocupado tratando de avivar mi llama interior, que no me interesan las riquezas de afuera..."
Aveces podemos los ojos en las delicias y riquezas de la vida y nos olvidamos de cultivar nuestro espíritu...
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